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Pese al alarmante declive generalizado de la naturaleza a nivel mundial, las poblaciones de muchas especies se han estabilizado o han aumentado gracias a los esfuerzos de conservación. Pero lograr éxitos aislados o simplemente ralentizar la pérdida de naturaleza no es suficiente. Además, los esfuerzos de conservación que no tengan en cuenta las necesidades de las personas no funcionarán a largo plazo.
Las áreas protegidas cubren actualmente el 16% de la superficie terrestre y el 8% de los océanos, pero muchas de estas áreas no se gestionan eficazmente. Debemos proteger el 30% de tierra y agua; y restaurar el 30% de las zonas degradadas para 2030. Estamos ante una oportunidad única para extender una conservación de la naturaleza eficaz a un nivel sin precedentes.
Apoyar y reconocer los derechos de los pueblos indígenas y las comunidades locales puede ser una de las formas más eficaces de escalar la conservación de la biodiversidad. Los territorios indígenas cubren una cuarta parte de la superficie terrestre, incluida una gran proporción de los lugares más importantes para la biodiversidad. En muchos casos, las especies y los ecosistemas de estos territorios han sido gestionados de forma sostenible durante siglos.
Trabajar con la naturaleza, y no contra ella, puede ser una forma de abordar otros problemas importantes para la sociedad. Por ejemplo, la restauración de bosques, humedales y hábitats costeros puede absorber las emisiones de carbono y ayudar a las comunidades a adaptarse a los efectos del cambio climático. También son una solución para mitigar la crisis climática, pues podrían reducir las emisiones anuales de gases de efecto invernadero entre un 10 y un 19%, beneficiando a los ecosistemas y mejorando los medios de vida de la gente.
Nuestro sistema alimentario es el principal impulsor de la pérdida de naturaleza. La producción de alimentos utiliza el 40% de toda la superficie terrestre habitable, es la principal causa de pérdida de hábitats, representa el 70% del consumo de agua y es responsable de más de una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero. Y, sin embargo, no nos proporciona la nutrición que necesitamos: casi un tercio de las personas no consume regularmente suficientes alimentos nutritivos, y un porcentaje similar tiene sobrepeso. ¿Qué podemos hacer?
Es posible producir alimentos suficientes para todos y, a la vez, dejar que prospere la naturaleza. Las prácticas agrícolas que favorecen la naturaleza pueden mejorar el rendimiento de los cultivos y la productividad ganadera, al tiempo que contribuyen a restaurar los ecosistemas, la biodiversidad y la salud del suelo. Recuperando y gestionando de forma sostenible los caladeros de pesca podríamos obtener más alimentos del mar, y también existen oportunidades para aumentar de forma sostenible la acuicultura.
Si todo el mundo siguiera una dieta occidental rica en carne, grasas y azúcares, necesitaríamos muchos más Planetas para satisfacer nuestra demanda de recursos naturales. En la actualidad, cerca del 71% de las tierras agrícolas se destinan a pastos, y otro 11% a cultivar piensos para el ganado. Comer más alimentos vegetales y menos productos animales es mejor para nuestra salud y para el planeta. Las opciones dietéticas variarán según las circunstancias locales, y es vital que también abordemos la desnutrición y la inseguridad alimentaria.
Se estima que entre el 30 y el 40% de todos los alimentos producidos nunca se consumen, lo que representa alrededor de una cuarta parte del total de calorías producidas en el mundo, una quinta parte del uso de tierras y aguas agrícolas y el 4,4% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Pero reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos es posible: desde mejores tecnologías de almacenamiento y procesamiento en las cadenas de suministro, hasta pensar mejor lo que compramos y cocinamos.
Cada año, los gobiernos gastan unos 635 millones de dólares en subvenciones agrícolas que provocan la pérdida de naturaleza, además de unos 22.000 millones de dólares en subvenciones que fomentan la sobrepesca. Estos enormes subsidios podrían cubrir con creces los costes de aumentar la producción respetuosa con la naturaleza, reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos, ayudar a la gente a adoptar dietas más sanas y lograr que los alimentos nutritivos sean asequibles para todo el mundo
La forma en la que se produce y consume energía es el principal motor de la crisis climática. Para evitar una catástrofe climática, tenemos que reducir a la mitad las emisiones de CO2 no más tarde de 2030, abandonando con rapidez los combustibles fósiles en favor de las energías renovables. Esta transición energética debe ser rápida, limpia y justa, dando prioridad a las personas y a la naturaleza.
En la última década, la capacidad mundial de renovables se ha duplicado y los costes de la energía eólica, solar y de las baterías han caído hasta un 85%. Vamos en la buena dirección, pero debemos hacer mucho más, y mucho más rápido. En los próximos seis años tenemos que triplicar las energías renovables, duplicar la eficiencia energética, electrificar entre el 20 y el 40% de los vehículos ligeros y modernizar el sistema eléctrico. Para lograrlo habrá que triplicar las inversiones, hasta al menos 4,5 billones de dólares anuales para 2030.
Si abandonamos los combustibles fósiles ganará el clima, la salud de las personas y la naturaleza. Pero la transformación del sistema energético puede suponer otros retos: la fragmentación de los ríos por las presas hidroeléctricas, la pérdida de hábitats por los cultivos bioenergéticos, o la extracción de minerales que daña ecosistemas sensibles, por ejemplo. Necesitamos una planificación cuidadosa y garantías ambientales para asegurar que la transición energética sea realmente limpia y verde.
En la actualidad, más de 770 millones de personas carecen de electricidad y casi 3.000 millones siguen quemando queroseno, carbón, leña u otro tipo de biomasa para cocinar. Esto contribuye a la pobreza, la deforestación y a la contaminación del aire en interiores: una causa notable de muertes prematuras, que afecta de manera desproporcionada a mujeres y niños. Necesitamos una transición energética justa, en la que todo el mundo pueda obtener los beneficios de unas fuentes de energía modernas y seguras.
Más de la mitad del PIB mundial -unos 58 billones de dólares- depende de la naturaleza y de los servicios vitales que nos presta. Sin embargo, el valor de la naturaleza en el sistema económico actual es casi cero. El resultado es que, cada año, casi 7 billones de dólares se destinan a actividades que alimentan las crisis climática y de pérdida de biodiversidad, mientras que sólo se invierten 200.000 millones a soluciones basadas en la naturaleza.
Harán falta inversiones a una escala masiva para hacer frente a la doble crisis climática y de pérdida de naturaleza, y para transformar nuestros sistemas alimentario y energético. Es posible, pero hará falta un cambio radical en las finanzas: el dinero debe fluir en la dirección correcta, no en dañar el planeta sino en sanarlo. Es urgente ampliar las nuevas soluciones financieras con la participación de los sectores público y privado, desde productos financieros sostenibles hasta inversiones a largo plazo en empresas con un impacto positivo en la naturaleza.
Nuestro sistema financiero y las economías que sustenta no podrían sobrevivir sin ecosistemas sanos, biodiversidad, agua y un clima estable. Los bancos y las instituciones financieras deben tener en cuenta el valor de la naturaleza y el clima, considerar los riesgos relacionados con la naturaleza en todas las decisiones que tomen y asegurarse de que las organizaciones a las que financian hagan lo mismo.
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